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Agustín
IturraldeDirector Ejecutivo
Enemigo en común
20/06/2025
Barrios Amorín decía que “transar sí, pero no al punto de no reconocernos a nosotros mismos”. Siempre me pareció una buena síntesis del pragmatismo que la actividad política requiere, pero que sin cautela se vuelve en un maquiavelismo inescrupuloso. En particular, lo que vemos en España estos días es un excelente ejemplo de lo obscena que se puede volver una coalición que no tiene absolutamente nada en común, más que un enemigo. Pongamos un mínimo de contexto. En España el Partido Popular fue el más votado en las últimas elecciones de 2023. Sin embargo, sumando a su probable socio de la derecha populista, no alcanzaba la mayoría requerida para designar al presidente. Quedaban muy cerca con 170 de los 350 diputados de 350, cinco menos que los requeridos. Los otros 180 parlamentarios se dividían de forma muy diversa: 121 de los socialistas, 31 de la izquierda populista de Sumar, y el resto de partidos nacionalistas vascos o catalanes, de derecha o de izquierda. Pedro Sánchez, presidente del gobierno español logró mantenerse en el poder luego de perder las elecciones construyendo una coalición imposible que tenía solo un leitmotiv: “que no llegara la derecha”. Así fue que juntaron a comunistas, pro etarras y nacionalistas de derecha filorracistas en un gobierno que en cualquier otra circunstancia hubiera sido imposible. Para construir este gobierno Pedro Sánchez dejó por el camino todo, violó cualquier cantidad de promesas como no pactar con la izquierda independentista vasca o no dar amnistía a los condenados catalanes por el intento de independencia. Todo valía con tal de que no “llegara la derecha”. Así venía gobernando Sánchez, sin poder aprobar presupuestos ni sacar adelante ninguna iniciativa legal relevante. Cualquier intento de hacer algo le implicaba pagar nuevos costos a sus socios. Sin embargo nadie dudaba que Sánchez llevaría la situación hasta el final. Que haría lo que fuera necesario para completar “su mandato”, cueste lo que cueste, literalmente. Pero todo esto parece estar conociendo un nuevo límite desde el jueves pasado. Una unidad especializada de la Guardia Civil española publicó un informe que muestra que los números dos y tres del Partido Socialista están directamente implicados en casos de corrupción. Están grabados aceptando pagos ilícitos a cambio de gestiones, concertando encuentros con prostitutas y aceptando pagos de petroleras venezolanas en el medio de todo el proceso de Guaidó. Hoy en día en España vemos lo grotesco e insólito que se puede volver un acuerdo de gobierno por la negativa. Ver a un partido de centroderecha vasca defender a un gobierno de izquierda solo para que “no llegue la derecha” española es raro. Ver el silencio de un partido de izquierda abolicionista de la prostitución ante un gobierno que sus cabecillas concertaban periódicamente encuentros con prostitutas es absurdo. Algún límite debería haber. Claro que en la práctica nada es tan obvio. Nadie dudaría de aliarse con el propio Satanás para detener a un genocida que puede acabar con el mundo. Pero en democracia, uno reconoce al adversario como un válido aspirante a llegar al poder. Hacer cualquier cosa, sin reparos éticos, para que el otro no llegue suele terminar mal. El ejemplo en vivo que tenemos en España puede ser muy ilustrativo para el futuro.