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Agustín
IturraldeDirector Ejecutivo
No somos tan especiales
24/10/2025
En Uruguay abundan quienes creen que lo que funciona en otros países no puede funcionar acá. Que hay algo en nuestro “ADN nacional” que nos condena a ser distintos, que las soluciones universales no aplican porque “esto es Uruguay”. Esa idea, tan arraigada como infundada, ha servido durante años para justificar la resignación y el inmovilismo. Un ejemplo reciente muestra lo erróneo de esa forma de pensar: la política antiinflacionaria iniciada por el gobierno anterior y continuada por el actual. Durante mucho tiempo, prestigiosos empresarios y economistas repitieron que “la política monetaria en Uruguay no funciona”. Ese mantra, sostenido con convicción, actuó como una profecía autocumplida: los presidentes del Banco Central jugaban a los platitos chinos, cuidando equilibrios políticos, sin hacer política monetaria seria y moderna. Y, para sorpresa de nadie, la inflación no bajaba. Contra la opinión de muchos, el BCU bajo la conducción de Diego Labat -y hoy con Guillermo Tolosa continuando su línea- aplicó una política seria, profesional y sostenida. Se apostó a un régimen de metas de inflación, se mejoró la comunicación y se construyó credibilidad. Como explicaba José Licandro en estas páginas el lunes pasado, los resultados están a la vista. Las expectativas de inflación de los analistas a 24 meses están prácticamente en el nivel objetivo (4,6%) y las de los empresarios (siempre más cautelosos) están por primera vez dentro del margen de tolerancia (5,5%). No había nada en la biología uruguaya que impidiera el éxito de la política monetaria, no era cierto. Lo que faltaba era convicción y técnica. Este ejemplo vale para muchas otras cosas. La educación sí se puede cambiar a pesar de los sindicatos docentes, estos no son tan especiales. Prácticamente todas las grandes reformas educativas del mundo debieron enfrentar a estos como fuerzas que resisten los cambios drásticos. No hay un gen oriental que lo haga distinto: se tiene éxito cuando hay ideas claras, decisión política y coraje reformista. Tampoco nuestros lobbies son especiales. El ministro de economía se molestó por la capacidad de ciertas corporaciones de defender sus privilegios, como ocurre con los despachantes de aduana. Algo parecido vemos con el sindicato portuario que pide una cláusula que le garantice que la empresa “no va a innovar”. Son caras de la misma moneda que existen en todos lados, grupos de presión bien organizados que defienden sus intereses. Lo particular del Uruguay no es su existencia, sino la falta de decisión para avanzar priorizando el bienestar general y la libertad. Incluso problemas tan mundanos como la limpieza urbana no tienen nada de excepcional. No creo que los montevideanos seamos más sucios que nadie: esa es una excusa barata para disimular nuestra incapacidad de organizar bien el servicio. Cuando alguien, con cara de entendido, te diga que en Uruguay no se puede resolver algo porque “somos distintos”, agarrá fuerte la billetera. Detrás de esa supuesta profundidad suele esconderse un interés o una miopía. La lección es simple: la mayoría de las cosas que funcionaron en el mundo funcionarían también acá, si las aplicamos con rigor y naturalmente adaptadas a nuestra realidad y cultura. No somos tan especiales. Somos, como todos, de carne y hueso.